
No solo
existe una inteligencia que podemos medir por el coeficiente intelectual,
también está la inteligencia
emocional que es la capacidad que tiene una persona de manejar,
entender, seleccionar y trabajar sus emociones y las de los demás con eficiencia y generar
resultados positivos. O sea que es la habilidad para gestionar bien las emociones, tanto las nuestras como las
de los demás.
Muchos
estudios demuestran que lo importante en la vida no son las notas de la escuela
y qué tan inteligente sean los niños, más importante que se conozcan a ellos
mismos y sepan relacionarse con los demás. Nuestros hijos necesitan que se les
enseñe autocontrol, autoconocimiento, a expresar sus sentimientos, que les enseñemos la
necesidad de ayudar a los demás, para así poder ser felices.
Los
padres somos los principales responsables de ayudar a los niños a
conformar su autoimagen, para que comiencen a ir formando su autoestima.
Hay
niños y también adultos que poseen muy poca “capacidad emocional” y son
incapaces de entender si están tristes o molestos, no alcanzan a distinguir la
emoción y mucho menos su causa. Dicen y hacen cosas impulsivas que chocan y
ellos ni siquiera se dan cuenta, no parecen ver la correlación entre lo que
dicen y hacen y cómo esto afecta a otros. Se frustran fácilmente, son lo que llamamos
por ahí “malos perdedores”. No se
reponen fácilmente de una pérdida y siempre pareciera que estuviesen sufriendo. Estos
niños pueden tener grandes talentos intelectuales, artísticos y deportivos,
pero si les hace falta esa inteligencia emocional pueden fácilmente llegar a
ser unos mediocres.
Tenemos
que enseñarlos a trabajar en equipo, a que sean empáticos con las personas que
los rodean y que sepan sobrellevar las dificultades con serenidad, pero si
nosotros mismos tratamos de resolver los problemas gritando y castigándoles sin
darle las herramientas para que resuelvan sus propios problemas entonces nos
imitarán y no lograrán evolucionar
positivamente.
La vida
moderna en la que estamos nos hace estar más centrados en la tecnología, estar más presionados y también nos quita tiempo para estar tranquilos y
reflexionar, un aspecto fundamental para potenciar la conciencia de uno mismo. Nos desconectamos fácilmente y disminuimos nuestras relaciones interpersonales de tú a tú e incrementamos la interacción cibernética. Los niños necesitan que interactuemos con ellos, que les hablemos, que los queramos, que les dediquemos tiempo real.
Los niños
aprenden mucho de nosotros los padres y este aprendizaje les servirá
a los largo de la vida. Una de las mejores herencias que le podemos dar a nuestros
hijos es educarlos emocionalmente inteligentes, no seamos analfabetas
emocionales.
GN
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