
¿A qué voy? A lo siguiente...
Esta semana me tocó ir a dos funerales en un mismo día. En el primero los hijos despedían a su padre luego de luchar contra un cáncer y en el otro una madre despedía a su hija al igual que su esposo le decía adios luego de una muerte inesperada y sorpresiva. Como a la mayoría de las personas, no me gustan los funerales, acabo agotada mentalmente y con poca energía, pero en estos en particular me di cuenta que el amor de los padres y de los hijos, si han sido relaciones sanas, es incondicional, es un amor bueno y puro, de aquellos que perdurarán en la memoria de muchos eternamente.
Nunca se reemplaza una pérdida, el alma en pedacitos demora en repararse, pero la cicatriz siempre queda. Lo importante es recordar que el amor todo lo puede y que en un instante nos puede cambiar la vida. En un segundo puede que ya no estemos, por lo que hay que disfrutar cada momento, cada instante. Cada abrazo, cada beso para nuestros hijos y para nuestros seres queridos debe expresarse tal cual es, como amor del bueno. Nuestros hijos probablemente no lo entiendan pero sí lo van a sentir y eso quedará grabado para siempre en sus recuerdos.
Estoy feliz que mi hijo perciba el amor que les tengo a los 3 a pesar de a veces gritar y regañar. Espero que pueda mantener esa percepción y mejorarla para que siempre me recuerden y no necesariamente como una super héroe pero sí como una mamá común que los ama con todo su ser. No hay título para esto.
Y tú, ¿cómo quieres que te recuerden?
GN
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