martes, 29 de octubre de 2013

¡El consejo de la abuela!

Un día cualquiera en el consultorio atendí, en su cita de control, a un bebé de un mes de vida que nació prematuro.  La mamá me comentó que el niño "sufría" de cólicos y que su suegra le había recomendado que le diera un té de anís estrellado para que la afección desapareciera.  Por supuesto, ella se lo dio y aparentemente mejoró algo.  Sin embargo, no se atrevía a dárselo nuevamente sin antes consultar.  Hago una pausa para decir que NO estoy en contra de las abuelas; al contrario, muchas veces me pregunto qué haríamos sin ellas y creo que, por suerte, en nuestro país muchas tenemos la dicha de tenerlas cerquita.  Continuando con el tema, así como esta abuelita recomendó el té de anís, cuando nacen nuestros hijos recibimos incontables consejos de mucha gente (no sólo de las abuelas). Y qué decir cuando la mamá es "primeriza". Algunas sugerencias son buenas, es cierto, pero otras 8con todo respeto) son fatales.
Cuando era residente de Pediatría en el Hospital del Niño atendí algunos casos de parálisis (ileo) intestinal, originados por haber dado té de anís a bebés que presentaban cuadros de diarrea, cólicos o anomalías del tracto digestivo.  Las pobres criaturas debían permanecer hospitalizadas varios días porque el remedio resultaba peor que la enfermedad.  Sabemos que el anís es una planta medicinal que tiene muchos beneficios, tantos que hasta aparece en los papiros egipcios como la panacea para varios males.  La Pimpinella anisum (anís) tiene muchas aplicaciones, especialmente en afecciones del aparato digestivo porque es caritativa, o en pocas palabras, elimina los gases y facilita el tránsito intestinal en los casos que la gente llama "digestión difícil".
Pero, ¿qué pasa en un bebé? Como las dosis no han sido estudiadas y determinadas, generalmente se le suministran altas concentraciones que pueden llegar a paralizar el movimiento intestinal.  ¡Claro que se le va a quitar el dolor, pero el niño puede quedar con el intestino paralizado! Bueno, también hay veces en que no ocurre nada.
Suministrar anías a niños y bebés que sufren de cólicos es muy frecuente en nuestro Panamá, y así como esta abuela ofreció ese consejo a una mamá primeriza, muchos otros los dan y mal dado.  Casi todas esas sugerencias han pasado de generación en generación, y para rematar nos dicen: "Yo te hacía o daba eso y nunca te pasó nada".  ¿Será por suerte o porque en verdad sirvió?
Voy a enumerar algunos de estos mitos y si son verdaderos o falsos.  Si estás dando pecho, no agarres sereno porque se seca la leche: FALSO.  No visiten al bebé en la tarde-noche porque le da cólicos: FALSO.  Si tomas mucha agua la leche materna sale aguada: FALSO. Si te pones leche materna en los pezones agrietados, mejoran: CIERTO.  Si le pones faja a tu bebé no le sale hernia o se le mete el ombligo: FALSO.  SI le pones leche al bebé en los ojitos se le quitan las secreciones: FALSO. La lista podría seguir casi hasta el infinito.
Lo que trato de decir es que no todos los consejos que nos dan son buenos.  Algunos son perjudiciales para nuestros bebés o no aportan nada positivo.  Lo importante es utilizar el sentido común y consultar al pediatra si hay dudas.  Insisto en que la mayoría de las sugerencias las dan nuestras mamás, suegras, tías, amigas con buena intención.  No voy a desestimar todo lo que nos digan, pero es mejor ser cautelosos.  
¡Por suerte, las abuelas existen y nos sacan de apuro en muchísimas ocasiones!

GN

martes, 22 de octubre de 2013

Bienvenidos a mi diario

Mi segundo bebé nació prematuro, pero como sólo faltaba un mes para completar la gestación todo debía salir bien. No voy a  detallar los motivos por los cuales vino al mundo antes de tiempo. Tenía que nacer el día que nació.

Luego de nacer inició con dificultad para respirar, sin franca mejoría por 48 horas.  Al contrario, en ese lapso de tiempo empeoró y tuvieron que colocarle un ventilador mecánico (comúnmente llamado respirador) y otros tubos: uno para la alimentación, uno en un pulmoncito porque éste explotó y había que sacar el aire de donde no debía estar (neumotórax), otros tubitos o catéteres por el remanente del cordón umbilical (para las venoclisis y la toma de muestras de sangre).  A eso hay que sumar los cables de los monitores para medir sus signos vitales y un largo etcétera etcétera.
Se supone que no me debía sobrecoger porque en mi especialidad (Neonatología y Pediatría) veo esos casos a diario; sin embargo, la percepción era muy distinta.  No me encontraba del lado que trata al bebé, sino del lado de la mamá.  Lo que me hacía sentir diferente (aparte obviamente que se trataba de mi hijo) era percibir que esa pequeña criatura estaba pasando por una experiencia dolorosa, que sufría y yo no podía hacer nada.  La sensación de impotencia era indescriptible.  Creo que lo peor era conocer al detalle lo que ocurría y los procedimientos médicos.
En ese momento traté de dedicarme a ser mamá; sin embargo, fue difícil no pensar lo peor no obstante que sabía que se iba a recuperar porque, repito, lo veo frecuentemente desde otra perspectiva. ¿por qué será que cuando uno pasa por una experiencia desagradable es inevitable pensar en cosas malas, a pesar que uno luche contra esos pensamientos?.
Creo que uno de los peores instantes fue salir del hospital sin mi bebé.  No lo pude evitar y rompí en llanto.  Tuve todo el apoyo de mi familia, especialmente de mi esposo.  Ambos pasamos malos momentos, pero él se controlaba mejor y trataba de darme ánimo.  La primera vez que lo pudimos cargar tenía seis días de vida (yo sentí que había pasado una eternidad).  Ese fue uno de los mejores momentos que he experimentado y el que me inyectó de energía para ser positiva.  Era cuestión de ser paciente y esperar para llevarlo a casa.
Cada día, al regresar de las visitas del hospital, mi hija (que entonces tenía 2 años) preguntaba: "¿Dónde está mi hermanito? ¿por qué no viene?". Y se ponía a llorar.  ¿Cómo le explicaba a una niña tan pequeña que aún no lo podía ver? Igual lo intentaba, pero ella seguía preguntando.  ¡Ufff fue muy duro!
Gracias a todos los que lo trataron mi hijo está espectacular.  Siento que todo eso me enseñó a comprender mejor a los pacientes, a ponerme en el lugar de ellos; a saber que si es necesario repetir las cosas muchas veces, se repiten porque cuando te dan la condición o una explicación tu cabeza, probablemente, esté pensando en otra cosa o, simplemente, no está en el lugar.  Es como si viajaras a un mundo paralelo del cual, de manera subconsciente, no quieres regresar, y cuando finalmente lo logras no sabes por dónde anda el asunto (aunque te lo dijeron). Simplemente no te acuerdas o no lo comprendiste, a pesar de que las explicaciones hayan sido claras y sencillas.
Comprendo a todos los papás y mamás que que tienen hijos hospitalizados o enfermos. Aunque para el médico sea lo más sencillo del mundo, para ellos en ese momento es lo más complicado y lo más importante que pueda estar pasando. 
Gracias Roberto José por enseñarme una lección que me servirá para el resto de mi vida.

GN