jueves, 19 de diciembre de 2013

¡El mejor regalo de Navidad!

 En mi décimo mes de Residencia de Pediatría en el Hospital del Niño (son tres años) me tocó rotar por una sala de Pediatría general.  En esa sala, se encontraba hospitalizada por varios meses una niña cuyo nombre no recuerdo, tendría aproximadamente 8 años; lo que sí recuerdo es que era de Walaka, Chiriquí, y para llegar a su casa había que seguir un par de horas luego de llegar al pueblo.

Su diagnóstico era Tumor de Wilms que es la forma más común de cáncer del riñón en la infancia y su causa exacta se desconoce.  La enfermedad ocurre en aproximadamente 1 de cada 200.000 a 250.000 niños y por lo general se presenta cuando el niño tiene más o menos tres años y rara vez se presenta después de los 8 años. Los síntomas y signos de presentación son:  dolor abdominal, estreñimiento, fiebre de larga duración, malestar general y cansancio, tensión arterial alta, falta de apetito, aumento del tamaño del abdomen, vómitos, y se puede sentir una masa abdominal al estar bañando al niño.  Los niños cuyo tumor no se ha diseminado tienen una tasa de curación del 90% con el tratamiento apropiado.

A esta niñita la había conocido 5 meses antes cuando ingresó al hospital y por la condición tan delicada en la cual llegó era ya una rutina evaluarla en los turnos vespertinos y nocturnos.  Era diciembre cuando rotaba por aquella sala y todos los días le pasábamos la visita médica y por ende conversaba con ella en los pocos ratos libres.  Recuerdo que era tímida, estaba muy delgada y en estado de desnutrición por la misma enfermedad, pero con un perímetro abdominal bastante grande,  además de pálida a pesar de transfusiones de sangres repetitivas y ya no tenía cabello.

Como se acercaba la Navidad, mucha gente se acerca al Hospital a donar juguetes, pero notaba que a aquella niñita era poco lo que le sacaba una sonrisa, era una persona triste después de haber estado más de 5 meses en el Hospital y como su casa quedaba muy lejos y sus padres no tenían recursos económicos, no podía ir a su hogar ya que necesitaba su tratamiento de quimio y radioterapia.  

Un día se me ocurrió preguntarle qué quería para Navidad, mi corazón se partió en pedacitos cuando me dijo: “lo que más quiero es tener cabello”.  Oh! La verdad no tuve palabras para responderle.  

Como a los 2-3 días después de aquella conversación me encontraba “haciendo mandados” y pasé  por casualidad (o cosas del destino) fuera de un local que hacía pelucas de cabello natural.  Entré a preguntar cuanto costaban y realmente eran bastante costosas.  Fue la dueña la que me atendió y me preguntó para qué la quería. Le conté la historia y me dijo que a ella le habían encargado hacer una, pero a la señora no le había gustado el color y en ese momento le sobraba la peluca, que si llevaba a la niña ella le hacía un corte de niña y se la regalaba.  

Al día siguiente, junto con la Pediatra de la sala, hicimos los trámites del permiso para poder sacar a la niña del Hospital y llevarla a la tienda de pelucas.

La niña estaba bastante débil, pero cuando le dije dónde íbamos, se levantó como pudo y fuimos (con silla de ruedas, claro) al local. Le  hicieron un corte espectacular, la niña no paraba de sonreír, quería dormir hasta con la peluca!

Como estaba un poco mejor el estado general de la niña, se hicieron los trámites para que pasara Navidad en su casa.  Ella se fue con sus padres, los cuales no tenían dinero para regalarle nada, pero recibió, según ella, el mejor regalo de la cual sería su última Navidad, ya que falleció unos meses después. Personalmente creo, que es uno de los mejores regalos que he hecho en una Navidad.

Muchas veces llenamos a los niños de infinitos regalos y no pensamos en que cosas pequeñas o para nosotros insignificantes o sobrantes los pueda hacer tan felices, ya sea a nuestros hijos o a otros que no sean nuestros.

GN

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