viernes, 18 de diciembre de 2015

Monstrua temeraria...


Como muchas de nosotras, estas semanas previas  a las fiestas, he  estado llena de trabajo, expuesta a tráficos inexplicables y actividades sinfín. Hoy al llegar a casa y almorzar a las 3:30 pm, traté de recostarme un rato mientras esperaba que me llamaran para un parto.

Mil y una vez le he dicho a mi hijo de 6 años que cuando mami duerme no es prudente despertarla a menos que sea una "urgencia urgente", pero como para él todo es urgente las mil y una vez me ha despertado. Creo que estas últimas semanas está entendiendo el significado de lo valioso que es para mami su sueño en los momentos que puedo descansar un rato. El asunto es que hoy decidí recostarme 15 minutos mientras esperaba la llamada del parto, o sea que cuando eso pasa me cuesta descansar pensando en que va a sonar el teléfono.  Cuando creía que estaba cayendo en el sueñito entra mi hijo a la habitación y dice: "mami, te quiero decir algo", salté de la cama y lo regañé diciéndole que cuántas veces le voy a decir que por favor no me despierte a menos que sea extremadamente necesario. Me contestó que necesitaba que le ayudara a ponerse sus zapatillas para la clase de fútbol. Se las puse a regañadientes y hablándole más alto de lo habitual.

Cuando se fue a la clase, me entró el remordimiento habitual de la conciencia, pensando que le había gritado sin razón y que soy una mala mamá porque en verdad estaba buscando estar conmigo porque estas últimas semanas lo he visto un poco menos.

¿Saben que hay estudios científicos que demuestran que los gritos tienen efectos negativos en la conducta de nuestros hijos? Los investigadores han comprobado los efectos de esa violencia verbal sobre los niños y encontraron que los niños del estudio habían desarrollado diversos problemas de conducta en el año sucesivo comparado con los niños que no habían recibido gritos.  Los problemas iban desde discusiones con compañeros, dificultades en el rendimiento escolar, mentiras a los padres, peleas en el colegio, robos en tiendas, síntomas de tristeza repentina y depresión.  Después de leer esto, por supuesto que el remordimiento fue mayor y me sentí fatal. Y como consuelo para mi misma dicen que  nunca es tarde para modificar las conductas que reconocemos que son dañinas para nuestros pequeñines.

En los  momentos que estamos a punto de perder el control y la ira se apodera de nosotros como un ente maléfico, debemos detenernos antes de que el volcán explote. Pero debemos reconocer la ira para poder frenarla, controlarla y descargarla de otra forma.
Los gritos no dejan secuelas físicas, pero sí psicológicas y emocionales. Crecer con un patrón familiar donde los gritos son a diario los hace inseguros y acaban creyendo que es la única manera de hacerse valer, sometiendo a otro a gritos. Se repite el patrón.
Que yo recuerde mi papá “jamás de los jamases” me gritó, ¡increíble!  Ahora pienso cómo lo hacía y pensándolo más no recuerdo que mi querida mamá nos gritara y si lo hacía fue tan pocas veces que no lo puedo recordar. En verdad no creo ser tan gritona con mis chiquitines, he visto mil y una mamá peor que yo, aunque no es un consuelo. Odio sentirme mal por hacer algo que no quiero hacer. Quiero que mis hijos me recuerden como una mamá comprensiva y no como una monstrua temeraria que se convierte en una “grinch gritona”. Me rehúso, así que estar cansada no es excusa. Trataré de ser mejor, aunque a veces sí los quiera ahorcar en sentido figurado.

GN

No hay comentarios:

Publicar un comentario