viernes, 25 de noviembre de 2016

Pérdida de control

Un día de esta semana me sentía algo agotada, tuve que asistir a una cesárea en la noche llegando a la casa muy tarde cuando ya todos dormían y a esa hora me puse a terminar unas clases para la Universidad. Al día siguiente, casi al alba, estaba en otra cesárea y el resto del día fue muy movido, a las 8:30-9:00 pm quería acostarme. Le dije a los niños que me iba a recostar un rato mientras ellos veían un rato más televisión ya que al día siguiente no había clases. Preparé la habitación, incluyendo unos colchones para que los niños durmieran conmigo ya que mi esposito estaba de viaje y los niños me  pidieron que por favor los aceptara en mi habitación.  Apagué las luces, y me recosté extenuada. 

Como a los 20 minutos escucho gritos, se enciende la luz, pelea entre los dos hermanos mayores. Salté realmente furiosa de la cama, comencé a regañar a los niños que eran unos desconsiderados, que mamá les había pedido silencio, que no podía creer que hubiesen encendido la luz sin permiso y que estuviesen gritando. Ambos niños se quedaron estupefactos mirando, yo los seguí regañando, que si no entendían que mamá también se cansa, que eran unos groseros y que estaba harta que pelearan todo el día. Instantáneamente las lágrimas brotaban de ambas caras, hasta que caí en cuenta que el regaño era fuerte por lo que decidí quedarme callada con cara de muy enojada. Las dos criaturas me pidieron disculpas a su manera, se metieron en la cama y me dijeron que me querían y amaban mucho y que los perdonara.  Fue entonces que me embargó el remordimiento de conciencia por el regaño descontrolado, les hablé con mucha calma y les dije que mamá estaba cansada, que no era culpa de ellos pero les había pedido solo un favor y no lo habían cumplido, los arropé con las mantitas y les dije que me disculparan por los gritos y que los amaba, casi con el corazón en pedazos me acosté a dormir y asumo que ellos también tenían el corazón en pedacitos, sus caras lo decían todo.

Siempre trato de ser bien calmada, pero las mamás también nos agotamos y por periodos de tiempos, aunque sean cortos o largos, a veces no tenemos la situación en control.  Ser mamá es una de las profesiones más duras que hay, si es que se le puede llamar profesión ya que no está catalogada como tal. Tener uno o varios hijos no es fácil, pero indudablemente son más las experiencias buenas que las malas, se descubre el amor verdadero e incondicional. Seguro les hubiese gritado a uno de mis colaboradores en el trabajo y hubiesen renunciado en el acto, en cambio acá me dijeron que me amaban, que me querían mucho y me dieron un abrazo verdadero.

Todos podemos  perder el control en un momento dado, lo importante es recapacitar y mediar las partes. Solo de acordarme la cara de mis hijos me hace sentir la peor, pero los abrazos y los besos inesperados me hacen sentir la mejor. Es parte de ser mamá.

GN

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