jueves, 27 de marzo de 2014

¡Qué rápido crecen!

No recuerdo el momento exacto en que decidí ser pediatra, lo que sí sé es que aún no estaba consciente de que había que estudiar medicina para "poder curar a los niños".  Ser niño es una delicia, pues sus inquietudes se presentan de acuerdo con la edad que tengan.  Si se es bebé, la mayor preocupación (creemos la mayoría) es que la leche esté disponible cuando el chiquito quiera, algunos quieren que incluso el pecho materno esté listo y "afuera" para cuando lloren; si no, el llanto es insoportable y capaz de estresar hasta al más duro de corazón o a aquella madre que ya ha tenido varios hijos.  Entre los 8-9 meses de nacido no debe ser nada agradable que la mamá (o la cuidadora) se pierdan de vista un rato, pues el bebé puede sentir que el mundo se le viene abajo.  A los tres años preguntan todo y aparecen los muy conocidos "¿por qué?". Creo que ni siquiera están seguros de que quieren conocer las respuestas, muchas de las cuales los padres no tenemos.  

Recuerdo un día que estaba manejando el auto y mi hija de de 2 años (pronta a cumplir 3) iba de pasajera.  Cantábamos y conversábamos cuando, de repente, se desató la preguntadora de por qué esto y por qué lo otro. Llegó un punto en que el tema tenía que ver con el cielo, y ella muy cómodamente me pregunta: "Mami, ¿por qué el cielo es azul?"  Mi respuesta en ese momento fue:  "Porque así lo hicieron".  Por supuesto que la siguiente fue:  "¿Y por qué lo hicieron así?".  "¡Qué sé yo!", me decía para mis adentros.  No se me ocurrió nada más rápido que cambiar el tema de conversación y entretenerla con otra cosa.  Dudo mucho que, en realidad, quisiera saber la réplica correcta o que le interesara el color del cielo.  Su intención era obtener una respuesta que su mami no le pudo satisfacer.  A los trece años el estrés es que la tarea del colegio esté lista (para algunos) o que "ojalá al niño que me gusta le guste yo también".    

Todas las etapas son espectaculares y cada una tiene sus aspectos positivos y negativos. Cuando los hijos están chicos deseamos que crezcan, y cuando están grandes pensamos que cuando estaban pequeños era más fácil cuidarlos y criarlos.    

Un maestro me decía que los pediatras se hacen mejores pediatras después de ser padres, y creo que es cierto.  Todo lo que está plasmado en los libros lo vive uno en la práctica, y esa experiencia permite ofrecer un consejo con mayor propiedad (o por lo menos eso creemos). No es lo mismo brindarlo que experimentarlo, por lo que los profesionales debemos estar atentos a tratar de entender a esos papás y mamás que al tener, por  ejemplo, a un hijo con fiebre por primera vez piensan que es lo peor que les puede estar pasando.  En ese momento, con sólo ver la carita y los ojos decaídos del niño o la niña, se sienten  tristes, preocupados y la sensación de impotencia los invade.

Es obvio que todas las etapas del desarrollo del niño son importantes.  Ojalá tuviéramos más tiempo, ojalá que el trabajo (indispensable para mantener el hogar y la tropa que en ella habita) nos permitiera gozar de los hijos al máximo, porque crecen muy rápido y nos perdemos muchas cosas.   Pero lo importante, es la calidad del momento que pasamos con ellos, el cual debemos disfrutar como si fuera el último día; aunque hay gente que dice que es mejor la cantidad de tiempo… Pero eso es harina de otro costal. 

Muchas mamás tratamos de arreglar el horario para tener más tiempo con nuestros hijos, pero  hay trabajos  que no lo permiten.   Mi madre no trabaja para cuidar  de mí  y de mi hermana, pero otros dicen que era otra época  y eso se podía hacer. La verdad es  que eso siempre  se  lo voy a agradecer a  mi mamá y creo que valió la pena.  Mi  madre está presente en todos los recuerdos que tengo  de infancia y  quiero que  a mis hijos les pase lo mismo.
GN

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