jueves, 27 de marzo de 2014

¡Aterrada estaba yo!

Una vez me dijo la madre de un paciente que su hijo de 2 años llevaba despertándose algunas noches a la semana pegando gritos y dando manotadas cuando ella trataba de calmarlo, lo peor es que gritaba y lloraba como si lo estuvieran matando.  La madre estaba agotada y desesperada porque estos episodios, según ella, eran eternos y estaba aterrada porque no era fácil calmarlo.

Lo que este niñito estaba presentando era un trastorno del sueño conocido como Terror Nocturno. Esto puede suceder  en el 2% de los niños y usualmente no lo provoca el estrés, pero estar demasiado cansado sí los puede provocar y  ocurren generalmente en niños de 1 a 8 años de edad.  Son episodios que a la primera impresión parecieran pesadillas, pero tienen características diferentes.

A diferencia de las pesadillas un terror nocturno no es un sueño desde el punto de vista técnico, sino más probablemente una súbita reacción de miedo que tiene lugar durante la transición de una fase del sueño a otra.  Al día siguiente los niños no tienen ningún recuerdo porque están dormidos mientras ocurren los terrores y no tienen ninguna imagen que evocar, en cambio con las pesadillas sí y las recuerdan al día siguiente e incluso describen el sueño.

Durante un terror nocturno, un niño puede sentarse en la cama rápidamente y ponerse a llorar o gritar como si estuviera sumamente angustiado y asustado. La respiración y el ritmo cardíaco se le pueden acelerar, puede empezar a sudar, a agitarse y a comportarse como si estuviese alterado y aterrado. Al cabo de unos minutos o algo más, el niño se calma y se vuelve a dormir plácidamente, incluso muchos expertos dicen que los episodios pueden durar hasta 20 minutos. Se imaginan 20 minutos de llanto inconsolable, en realidad sí es una eternidad y más en horas de la madrugada porque generalmente ocurren 2 horas después que el niño concilia el sueño. 

¿Qué podemos hacer si nuestro hijo presenta un terror nocturno? En los casos leves, que son la mayoría, los padres debemos adoptar una actitud tranquila y de conocimiento del trastorno. Durante los episodios debemos vigilar que el niño no se caiga de la cama o sufra algún golpe físico derivado de su incorporación de la cama y su estado (recordemos que el niño no está despierto). Si le hablamos no nos va a escuchar ni nos va a hacer caso, tampoco debemos intentar despertarle. Lo ideal es esperar que el episodio pase, lo que nos resultará eterno y desesperante porque prácticamente estamos impotentes ante la situación. También, si los terrores se vuelven constantes y ocurren aproximadamente a la misma hora, se puede despertar al niño antes que ocurra el episodio para así cortar el ciclo del sueño. 

Tanto en los terrores nocturnos como en las pesadillas es necesario valorar la conducta del niño durante la vigilia. Hay que considerar  si existen problemas en la escuela u otro ámbito que puedan estar influyendo en el mismo. De confirmarse la existencia de dichos factores externos, debería actuarse sobre ellos a fin de solucionar el problema. Lo importante es no desesperarnos, lo que resulta  sumamente difícil.

GN

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