jueves, 27 de marzo de 2014

¡Ese pan no es agradable!

¿Cuántas veces , nosotros los Neonatólogos, hemos visto nacimientos de bebés muy prematuros, con pesos de una libra con pocas onzas y que les faltaba aún entre 12-14 semana por nacer? La verdad es que mientras uno hace la Residencia de Neonatología y al ser Neonatólogo, ver estos niños es pan de cada día.

El problema no es recibir al bebé durante el parto o la cesárea, si no lo que viene después.
En Panamá la sobrevida de los bebés que nacen de 25 semanas es de 50%
aproximadamente y a medida que los bebés nazcan con más edad gestacional la sobre vida va aumentando. Incluso, sólo con 2 semanas más (27 semanas) la sobrevida aumenta a un 70% aproximadamente.

Desde el punto de vista médico, las complicaciones que tienen estos bebés a corto plazo son sobrellevadas, pero desde el punto de vista de los padres son un calvario. No sólo por pensar lo que está pasando al bebé, por no tenerlo junto a ellos, si no también por el pensamiento (que martiriza) que puede que el bebé no sobreviva y si sobrevive, las complicaciones a largo plazo que puedan tener estos niños como problemas de visión, audición o trastornos globales del desarrollo psicomotor por mencionar algunos, pueden hacer que la preocupación aumente.

Cuando era residente de Neonatología, siempre voy a recordar un turno en el que  a media tarde tuvimos 2 nacimientos por separados de bebés de 25 semanas con un peso de 510 gramos y 490 gramos. Para no hacer largo el cuento, ambas bebés sobrevivieron los 2 primeros meses. No recuerdo los primeros nombres de las nenas, pero a ambas, por haber nacido el día de la Virgen de Fátima, su segundo nombre era Fátima. 

Después de dos meses de ver a sus padres, ¿uno crea una relación especial no? Hablaba con ellos de lunes a viernes y los fines de semana que me encontraba de guardia.  Una de las nenas siempre estuvo más grave que la otra. Recaía en el respirador incontables veces secundario a inmadurez inicialmente, infecciones y por enfermedad pulmonar crónica. La última vez que se colocó en el respirador, no se pudo destetar (retirar del aparato). Una mañana, al llegar al Hospital, me encontré con la noticia que la nena había fallecido en la madrugada, se había puesto mal en el turno anterior y no sobrevivió. Mi corazón quedó en pedacitos, no podía imaginar que sentían sus papás después de 3 meses. No fue hasta la mañana que pudieron localizar a los padres, los cuales acudieron de inmediato. Al verlos, luego que les dieron la noticia,  sentí un dolor profundo y un vacío inexplicable, no era mi hija, pero sí era una paciente, que por más pequeñita que fuera la vi y toqué durante tres meses seguidos. No pude hablar con ellos porque las palabras no me salían, sólo le di un abrazo a la madre, le entregué una almohada especial que ella le colocaba en la incubadora y siguieron su camino. Nunca más los he visto ni he sabido de ellos.

La otra chiquita que nació el mismo día, si sobrevivió y fue a casa con sus padres y 2 hermanos. De vez en cuando veo a la mamá cuando me la encuentro en un almacén de la localidad donde labora y siempre me cuenta que está muy bien, sin problemas auditivos ni visuales (era la nena más pequeñita).

Ver estos bebés tan pequeñitos nacer y fallecer no es fácil y menos si sobreviven los primeros meses y luego mueren. Ningún padre está preparado para que fallezca un hijo, debe ser lo peor que nos puede pasar como padres. De estas dos bebitas (tal como marcaban las estadísticas) el 50% sobrevivió. Si hubiese nacido a las 27 semanas el porcentaje de sobrevida hubiese sido 70%. 

Como digo, éstos panoramas son pan de cada día, pero ese pan cuando involucra una muerte, no es agradable.

GN

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